Viernes 19...

Nos movemos a una velocidad ridículamente lenta, hemos llegado a tales extremos que pensar en las capacidades de la aeronáutica nos deja masticando lo retrograda de los transportes terrestres, por eso procuro volar, suelo volar leyendo. Y en el metro pese a las dificultades inmersas en el acto dado del contexto; "vendedores ambulantes con pinchi escándalo de mierda", disfruto mucho hacerlo, vuelo y me traslado a velocidades que de vez en vez me dejan en otros tiempos y dimenciones. Estabá ahí terminado este libro que ya tanto me duró, no por longevo si no porque -al menos a mí- me es complicado digerir, aunado a mis complicaciones emocionales que vengo arrastrando desde hace más de un ayer, el libro en cuestión es "La Revolución de La Esperanza", pero sea como fuere logre emprender el vuelo, estabá levitando entre nubes de humanismo y teóricas descripciones de una sociedad alérgica al industrialismo y la burocracia social, tuve que frenar el vuelo pues el diablo grito, era comprensible vamos que en viernes después de algunas chelas, joder alguna gente y andar de indecente no esperaba la llamada del señor, -bien- alce la mirada pero no encontré nada, sólo gente, gente aburrida, gente embriagada, gente absurda y desubicada, gente y más gris gente, de esa que vuelve de la peda del viernes, de esa que se mordisquea las entrañas, de esa que si la dejas de ver nunca la extrañas, estaba sumiendo la vista entre tonos grises de personas a punto de regresar a la lectura, cuando una luz me invito sutilmente entre sollozos y desventuras. Eran un dos de faros hermosos que cualquier mortal hubiese dicho que sólo son un par de ojos llorosos, hinchados, rojos, escurridos, pero yo vislumbre un gran brillo, si melancólico pero al fin y al cavo hermoso, sublime y misterioso; un brillo que sólo las mujeres realmente bonitas saben conservar, pese al paso de los años y las tempestades emocionales. Me fue inevitable clavar mi mirada de forma contigua ella sonrió, sentí el diablo mordisquear mi espina dorsal, mordisquear hasta arrancar mis alas y hacerme caer en la realidad. Pasaron dos o tres estaciones y la miraba de reojo al cambiar de pagina, le mire el alma melancólica con sollozos fluorescentes que escurrían por las ventanas del vagón tratando de escapar, le mire con las alas destrozadas culpa de quien no la sabe valorar, le mire con la aureola ensombrecida por gritos ahogados en mar de soledad, le mire tanto y por no se cuanto que me sorprendió el momento cuando estábamos en la estación final...
Lo demás es historia que por respeto me he de recebar, sólo les presumiré que a esos hermosos ojos les acompaño un "WhatsApp"...

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